martes, 24 de junio de 2008

Instrucciones para dejar de fumar o no

"El principito es un principio que se acaba antes del final del principicio, evitando así las consecuencias de la caída argumental"
Anónimo, de la colección Dogmas Aliterarios

Yo el café lo tomo con nata y el pan con mantequilla, y si no cruassán, que de otra forma no me dan ganas. Y ya entonces lo veo todo como más propio de lo que ha de ser satisfacshion y puedo ponerme a buscar el tiempo perdido durmiendo, dormido, me decía un amigo que prefiere seguir anónimo a que yo lo nombre como autor de la declaración de que tuvo un sueño en el que estaba fumando. Él -dice- no fuma, no ha fumado nunca. Yo tampoco fumo, ya no, pero sé lo que es haber/estar fumado. Y bueno -me dice- yo no soy tu amigo, e insiste : yo no soy su amigo, así con retintín. Bueno, hombre, me importa mucho, digo con acento cañí.

He pensado que podría ponerle ritmo a la búsqueda, he pensado que he pensado que podría ponerle ritmo a la búsqueda y he buscado la definición de ritmo, pero no sé dónde estaba. Ah, sí, que he pensado que podría ponerle ritmo a la búsqueda y para eso necesito una repetición. No sé si lo he pensado o lo he recordado, porque dicen que no pensamos, sino que recordamos lo que ya estaba escrito, como si estuviese todo pensado y escrito. Y bueno, en ésas estaba, repitiendo lo del ritmo, cuando me puse a pensar en el fumar, en el hecho de fumar, en cuando el humo caliente entra lentamente bronquios adentro y busca la sangre.

Hace una mañana de junio 24 al sol y no quiero recordar, así que me lo voy a inventar, como siempre que recuerdo. Hace años ya, no quiero recordar cuántos, estaba yo leyendo dormido, en sueños quicir, me había dormido -soñaba- y leía. Era un viejo libro grueso, de azules desgastadas tapas, de Edhasa. Mis ojos interminablemente abiertos te veían reflejada, oh dulce luna de mis sueños, meciéndote en las ondas de mi saliva, yo tu amante cíclope, Polisemio, constantemente preocupado de que la ceniza no llegase al suelo, sacudiendo el cigarrillo una vez y otra contra el cenicero, o perfilando el núcleo ígneo, metáfora de una vida que se consume.

Lo abandoné todo. Ti, el libro, el sueño, los recuerdos, el ritmo, la búsqueda. Todo era un espacio refluyente en sí mismo, meandros de éter sin tiempo, sin fuerza, sin distancia, todo reducido a un punto de luz progresivamente minúsculo.

Los abuelitos del entresuelo, los señores Hofmann, se pasan los días sin computadora. Al atardecer, él suele asomarse a la ventana a fumar sus días de jubilado. "Guten Abend", dice sin mover los labios, mirándome como quien ve un huevo rodando.


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