Decía el buen señor que narrar en primera persona era (o le parecía, no sé) de mal gusto, barriendo así, de un gesto de gusto, supongo (el recuerdo de su aserto está interrumpido por uno de esos agujeros negros que conectan mi mente al infinito y esponjan mi memoria), de la categoría "literatura de buen gusto" el género diario y sus allegados. En los días tras la lectura del filósofo (?) practiqué hasta la náusea el ejercicio de despersonalizar mis textos llamándome "él", lo que dio en un batibull de frases sin gracia. Normal, cuando el escribidor es alguien que, como yo, pretende hacer ejercicios de (fingida) sinceridad y siente ante el narrador omnisciente una antipatía irremediable motivada por la sensación de engaño.
Viene a cuento esto porque acabo de leer en el blog de Mega la sustitución de la primera por la tercera persona en uno de sus microrrelatos, ignoro si como respuesta a la que yo le he dado acerca de los límites entre realidad y ficción en literatura.
Yo sé que, aunque intento siempre presentar argumentos de fresa, acaban por verse en mis argumentaciones las dentelladas del doberman dialéctico que en mí vive, dando esto una mezcla de fresa y sangre argumental que acaba por desconcertar al interlocutor. Es por eso que le he dicho al doberman, mirándolo severamente, que escriba una respuesta en mi blog. Él, al otro lado del espejo, ha asentido, mirándome entre ofendido y orgulloso, como diciendo "a que te doy una fresa...", su labio superior derecho tremulosamente levantado, mostrando los colmillos enrojecidos por la fruta que está masticando en mi blog, el suyo.
Suena "i can help", una deliciosa canción de Billy Swan, que me transporta a mis enamorados diecisiete.
Me quedo embelesado mirando el micro, ya doble, bicolor, seducido por su minimalista perfeccionismo . Nada que ver con aquella mi falta de gracia.