Esta mañana me he levantado a las cinco, después de una hora despierto sobre la cama: a las cuatro me he despertado, sin saber si estaba en un espejismo o si estaba soñando que estaba despierto, y a las cinco, como digo, me he levantado.
He salido a la terraza y he querido creer que por el este aparecía un tenue foco de luz en el cielo. He sentido esa especie de hormigueo (no es hormigueo, pero no sé como llamarlo) que me produce la contemplación del cosmos y he decidido, como tantas veces, que empezaba una nueva vida para mí.
He vuelto a la sala y he escrito un ratito. Cuando la luz del día ha empezado a imponerse a la de las bombillas, las ganas de salir se han impuesto a las de escribir. He hecho la cama, he metido en la bolsa la ropa sucia, he desayunado, salido a la calle, subido al auto y puesto ruedas en dirección al pueblo con la sensación de alivio acariciándome el ser.
En mi utilitario, he abandonado la ciudad por la autovía experimenando el placer de jugar a vivir, junto a otros conductores que jugaban a entrar o salir de la ciudad, situándome en el adecuado lugar que ante el vidrio aparece y, al poco, una intensa emoción que siento al ver -ooh- una enorme anaranjada esfera ascendiendo tras un velo de nubes blancogrisácesas; he oído de súbito un claxon, un auto rebasando el mío llevaba a un conductor que agitaba la mano junto a la cabeza y me miraba con un gesto que me ha parecido hostil; he dado un volantazo y vuelto a mi carril.
Al llegar a casa, Tila me ha recibido con el entusiasmo propio de las personas caninas intimadas. He tenido la sensación de ser un rígido cuatro al salir del auto y he intentado acariciarla mientras corría y embestía en derredor. Ya cerca de la escalera, ella ha subido como una centella, esperando arriba, sonriente, agitando la cola en el rellano, volviendo a bajar y subir dos veces más, yo observándola con sonriente pasmo, desbordado por su emoción.
He salido a la terraza y he querido creer que por el este aparecía un tenue foco de luz en el cielo. He sentido esa especie de hormigueo (no es hormigueo, pero no sé como llamarlo) que me produce la contemplación del cosmos y he decidido, como tantas veces, que empezaba una nueva vida para mí.
He vuelto a la sala y he escrito un ratito. Cuando la luz del día ha empezado a imponerse a la de las bombillas, las ganas de salir se han impuesto a las de escribir. He hecho la cama, he metido en la bolsa la ropa sucia, he desayunado, salido a la calle, subido al auto y puesto ruedas en dirección al pueblo con la sensación de alivio acariciándome el ser.
En mi utilitario, he abandonado la ciudad por la autovía experimenando el placer de jugar a vivir, junto a otros conductores que jugaban a entrar o salir de la ciudad, situándome en el adecuado lugar que ante el vidrio aparece y, al poco, una intensa emoción que siento al ver -ooh- una enorme anaranjada esfera ascendiendo tras un velo de nubes blancogrisácesas; he oído de súbito un claxon, un auto rebasando el mío llevaba a un conductor que agitaba la mano junto a la cabeza y me miraba con un gesto que me ha parecido hostil; he dado un volantazo y vuelto a mi carril.
Al llegar a casa, Tila me ha recibido con el entusiasmo propio de las personas caninas intimadas. He tenido la sensación de ser un rígido cuatro al salir del auto y he intentado acariciarla mientras corría y embestía en derredor. Ya cerca de la escalera, ella ha subido como una centella, esperando arriba, sonriente, agitando la cola en el rellano, volviendo a bajar y subir dos veces más, yo observándola con sonriente pasmo, desbordado por su emoción.