miércoles, 21 de mayo de 2008

El nacionalismo es una enfermedad curable



Hace una semana, la E.T.A. asesinaba a un guardia civil en un atentado contra una casa cuartel.

El nacionalismo español reaccionó de forma dolorida, expresando su indignación, condolencia, rabia, impotencia, condena, pesar, rechazo, angustia, solidaridad y demás. Englobo a las personas que así reaccionaron ante el asesinato bajo la expresión "nacionalismo español" porque ése es un atentado -le pese a quien le pese- por motivaciones políticas de una organización contraria a la nación española y porque, al mismo tiempo, tenía lugar en China una catástrofe humana que ha producido imágenes cuya contemplación desgarra el corazón, sin que las expresiones de dolor fueran ni remotamente comparables con las del dolor por el guardia civil asesinado.


Los terremotos son hoy por hoy impredecibles y sus consecuencias seguirán siendo dramáticas independientemente del comportamiento de las comunidades que los sufran.

Un asesinato es algo esencialmente diferente de un terremoto. Es el resultado de una forma de conducta humana. Hay dos formas de considerar una tal conducta: como enfermedad y/o como perversión moral, pudiendo ser difícil delimitar ambos enfoques. En cualquier caso, se hace necesaria una respuesta del cuerpo social para que el individuo no reincida y para evitar que la sociedad genere el menor número posible de tales conductas. Y aquí estamos ante el nudo gordiano.

Esa colectiva expresión de dolor es el éxito del atentado. Comprender esto es clave. Tanto mayor es el grito de dolor (resonancia de la noticia), tanto mayor es el éxito del atentado. La nación entera gritando, graznando su dolor, es el éxito completo del atentado.

A mi entender, las personas nacionalistas viven una situación parecida a la de las personas adictas a sustancias psicotrópicas (y aquí se me ocurre una posible interacción entre nacionalismo y alcohol): son incapaces de reconocer que están enfermas. Esa incapacidad se manifiesta, en el caso del nacionalismo español (el que me ocupa, pues mal que me pese soy español), en la incapacidad de atribuir al acto terrorista una intencionalidad política y, sobretodo, de reconocer en la propia conducta la causa del acto terrorista.

De mi actividad web en estos días me han quedado dos sorpresas: la decisión de no volver a un lugar nacionalista que, por prejuicios ideológicos, consideraba deseable (aquí, aquí) y la sensación de creciente confort que experimento en un sitio de dialogante cordialidad que, por los mismos prejuicios, inicalmente consideraba indeseable (aquí, aquí). Cosas veredes.

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