Que la primera frase sea pretenciosa hasta decir basta (me recuerda al capitán Tan con sus viajes a lo largo y ancho de este mundo) sería excusable si no fuese porque afirma haber demostrado algo cuando no hace sino exponer un lugar común postmodernista.
Resulta, empero, muy interesante, porque muestra hasta qué punto la derecha ha crecido y engullido al personal al punto que éste ha llegado a creer que la izquierda ya no existe. No pretendo acusar a nadie de nada, sólo aportar un poco de claridad (marginal, por supuesto, lo mío es el desierto :-).
Izquierda y derecha no están definidos por la pertenencia o no a ciertos partidos políticos sino por la toma de posición frente al principio de igualdad entre los seres humanos. Y aquí es donde la derecha ha triunfado ampliamente, por unanimidad, goleada y recochineo.
La derecha es aristocrática, es decir, cree en la existencia de seres mejores, que tienen la capacidad de ser ejemplo y guiar al rebanyo diciéndole "ahí está el camino"; seres que merecen una especial confianza y respeto de los demás. Los mejores lo son gracias a dos fenómenos: la herencia (predisposición genética) y el esfuerzo (actividad de autosuperación que se estimula con la competencia). La igualdad es, para la derecha, un signo de degeneración, un imaginario indeseable que acabaría con el -para ella- único estímulo necesario y suficiente para el desarrollo: la competición entre individuos sanos.
Es un tópico histórico aún vigente considerar a la Unión Soviética como el modelo de referencia para la izquierda. Grotesco pero cierto. ¿Habrá alguien que, sin estar confundido por las voces del mismísimo Dios, afirme que el Gulag está inspirado en el principio de igualdad?.
*El acento no se lo quito ni harto de vino
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