sábado, 21 de abril de 2007

fuga 3

Últimamente no recuerdo los sueños, mejor dicho: no recuerdo haber soñado, ni pienso en ello: ya ni me pregunto si he soñado o no. Tiempo atrás eran para mí los sueños como un gaje del oficio de vivir: casi siempre incomprensibles, a veces bien molestos, hasta angustiantes, resultaban inevitables e inútiles. Con el paso de los años, la consciencia de haber soñado, y mucho más el recuerdo de lo soñado, ha devenido algo excepcional.

Que la mente funcione de forma diferente en vigilia y en sueños es algo que me intriga y, por más que soy consciente de lo inútil de la tarea, una y otra vez me he visto intentando hacerme consciente de cómo me duermo, algo en sí estúpido, porque es por definición imposible observar cómo la consciencia se autodesconecta. Mi pasión por lo imposible e inútil.

Acababa de soñar con una mujer, Eloína Lamarque, que, cerquita de un arroyo, sentada sobre un entarimado a cubierto de la densa selva, tiene sobre sus cruzadas piernas un portátil que se me antoja como una extensión de sus caderas, tan deseables. Tipea: "Hace diez años, apenas nada sabíamos de Lorongha, esta inmensa maraña de selvas que ahora empezamos a conocer gracias a las nuevas técnicas ecoexploratorias...".

La de la cama superficie me concienciaba de mi cuerpo. Si hubiese tenido la necesaria fuerza mental, habría alargado la mano hasta la libreta y escrito: "Aquí ahora en mi mente está todo fundido, lo que acabo de soñar, lo que recuerdo haber hecho, y lo que he estado recordando antes de dormirme".

Estoy tumbado sobre la cama, intentando? activarme; recuerdo haber visto una mariposa revoloteando por la terraza, luego me dormí.

A media mañana había acudido a una convocatoria de casting de extras para una película. Había una larga cola saliendo de un portal. Me acerco, pregunto. "Emmm, ¿estáis por lo de los extras?". Sorprendida, dubitativa: "Eeee .... largometraje ...". "Sí" (sonrío). Despliego mi periódico mientras mis poros se acomodan a la radiación solar y comienzan a bombear yo líquido. Recuerdo, a la vuelta, haber tenido en el rellano una larga conversación con unas señoras que me querían vender una biblia.

Intento recordar algo más del sueño. Eloína se incorpora, camina hasta el borde de la tarima, inspira profundamente, como queriendo apresar para siempre la embriagadora plenitud del aire, contempla la tupida red de árboles de la ladera. El verde oscuro de la montaña se funde, diluido en el gris que creo percibir por las retinas, mis ojos abiertos a la semipenumbra de la habitación.

Me incorporo, siento hambre, camino de memoria, lentamente, en penumbra, la luz de la vacía nevera me deslumbra, estoy saliendo a la calle, en el Hipertot largas colas de los últimos en comprar para el domingo. Me sumerjo en el espejismo alimentario, la droga de los que crecimos en la ideología de la miseria rodeados de abundancia.

Estoy soñando, estoy dormido, sé que me estoy despertando, que he estado soñando, que no soy un director de cine, ni un currante, ni estoy comprando en el Hipertot. ¿Quién soy yo?. ¿A qué clase de clase social pertenezco?.


PS: No es cierto todo eso de los sueños, recuerdo haber disfrutado mucho con algunos, auténticas explosiones de placer.

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