viernes, 26 de diciembre de 2008

Creo que he perdido mi carnet de identidad

La palabra "clase" asociada a la identificación de grupos sociales goza últimamente de poco prestigio, sin duda a causa del agrio reflejo que la asocia al marxismo soviético; el sistema soviético fue, por un lado, un sistema perdedor: mientras que la industria armamentística supuso para el estado soviético una hipoteca impagable, constituyó para los Estados Unidos una fuente de desarrollo económico (y satisfacción social) sin precedentes en la historia. Y los perdedores, ya sabemos, se van al cuarto oscuro... Fue, por otro lado, un sistema opresor, hasta el punto de que los relatos sobre lo sucedido en la Unión Soviética permiten relativizar los horrores del nacionalsocialismo alemán.



A mí, empero, me gusta el palabro "clase" aplicado a grupos humanos, porque denota la actividad racional de agruparlos estadísticamente mediante relaciones de equivalencia. Mirado así, hay tantas clases sociales como granos de arena en la playa (las relaciones de equivalencia pueden tener colores, sabores, olores, ritmos, pulsaciones, empatías y blabla). Ni que decir tiene que mis clases sociales preferidas son las que me lo ponen fácil. Lo más fácil posible es dividir el conjunto en dos clases. Y eso es lo que hacemos cuando decimos "el ciudadano C pertenece al estado S". Los ciudadanos de S lo son en virtud de un documento de identidad expedido por el estado. Quienes, habitando en el estado S, no poseen un documento de identidad expedido por éste son extranjeros en S. Uséase: las dos clases sociales elementales oficializadas mediante el documento (nacional) de identidad son los extranjeros y los nacionales.

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