domingo, 12 de agosto de 2007

canción

Hace 32 años -joder, joder- escuchaba por vez primera, tumbado sobre la colcha en el dormitorio del internado, una grabación en cassette de la banda sonora de Patt Garret & Billy the Kid. El auricular (único) era mono. La fascinación que me producía aquella música, que una vez y otra escuchaba, incorporándome con esfuerzo contrariado cada vez que el clac! del aparato me obligaba a dar la vuelta a la cinta, no la puedo describir; ¿cómo describir ese estado en que uno no siente el cuerpo y todo es música, sólo (divina) música?.

El disco lo tuve en vinilo y en CD, vaya usté a saber.

Ahora escucho en mp3 la grabación bajada gratis de la red. Y me pregunto si este placer lo debo a la calidad de la música o al recuerdo de aquel éxtasis.

3 comentarios:

Camilo dijo...

La fuerza de la música, yo la entiendo de dos modos: el que emana de lo que esa música supone para nosotros y el que nos transmite al sonar, debido a las frecuencias que nos llegan. El primero es independiente de la calidad del sonido. De hecho dicen que la música de Gardel no se entiende sin el ruido del disco de piedra. En cuanto al segundo, unos simples tambores con unos buenos altavoces nos pueden poner una marcha de narices en el cuerpo. Esto se ve muy claramente en la música clara. Wagner (el típico) no es entendible sin una gran parafernalia, mientras que el Claro de Luna no necesita de un gran sonido para llegarte. Siempre he dicho que prefiero oir mal una canción amada que dejarla arrinconada por falta de "calidad de sonido".

adelle dijo...

La musica tiene ese maravilloso poder de transportarnos o sólo conectarnos con esas sensaciones exquisitas (porque las que nos parecen tarros viejos, simplemente no la escuchamos) y entonces, parece que volvermos a "emocionarnos" como antes.....

Maripuchi dijo...

Yo, querido Zala, estoy con Camilo. Es la grandeza de la música.