Me da que es algo propio de personas inmaduras*; me pasa que me quedo colgado de un bucle musical, una canción que escucho y escucho con delectación renovada durante horas, día tras día.
La canción que ahora me ocupa me transporta a la época del acné, cuando, a mis quince-dieciséis, los incipientes clandestinos cócteles sanguíneos de testosterona, nicotina, alcohol y ccr me empujaban al abismo de la búsqueda de hembra.
Es una canción que hoy se me antoja interpretar guerrera, alarido armónico de una tribu que ha arrasado a sus enemigos y se dispone a escribir el fín de la historia, que es su principio, consciente de que nadie puede juzgar su genocidio por haber impuesto por doquier su ley, su mercado.
La canción que ahora me ocupa me transporta a la época del acné, cuando, a mis quince-dieciséis, los incipientes clandestinos cócteles sanguíneos de testosterona, nicotina, alcohol y ccr me empujaban al abismo de la búsqueda de hembra.
Es una canción que hoy se me antoja interpretar guerrera, alarido armónico de una tribu que ha arrasado a sus enemigos y se dispone a escribir el fín de la historia, que es su principio, consciente de que nadie puede juzgar su genocidio por haber impuesto por doquier su ley, su mercado.
* ¿conseguiré yo en lo que me queda eludir el tránsito a la madurez?
No hay comentarios:
Publicar un comentario