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miércoles, 2 de mayo de 2007

fuga 5

He recogido la ropa seca, lavado, tendido y planchado. He salido con Tila a pasear por el bosque.

A eso de las doce, ha venido papá con un mensaje.

- Ha llamado el tío Aristólogo. Dice que, cuando quieras, puedes ir a Romiedo, que tiene un trabajo para ti.

- Mhm, gracias

La verdad es que hace algún tiempo que me ronda la idea de volver a Romiedo. Eludir el trabajo es algo que no voy a conseguir, porque todo el mundo está empecinado en proporcionarme uno; en Romiedo, al menos, no estarán mis amigos, que cada día me resultan más extraños y, sin duda, yo a ellos, cada vez más extravagante, más "colgao".

En esta casa me siento libre del infierno urbano, aquí me siento yo mismo. Pero, pasada esa liberación del agobio que siento en la ciudad, casi siempre llega el momento en que la existencia se remansa de forma tal que siento que me agobia la sensación de que no pasa nada. Supongo que es algo parecido a lo que sentían los esclavos cuando eran declarados libres: no sabían qué hacer con su libertad.

Me he sentado a la mesa para intentar continuar con el relato, pero al releerlo me ha parecido completamente soso y sin sentido.

Li Qei está en posición vertical, la cabeza apoyada sobre las manos, los codos anclados al suelo, los pies apuntando al techo de madera. Observa la figura de Eloína, sentada en posición de loto bajo el umbral.

- Voy a volver a Ubaria, Li

- Así es, Flor de Selva

- ¿Sabías que iba a decir esto?

- No, querida

- ¿Entonces?

- ¿Entonces?

- ¿Por qué has dicho "así es"?

- Porque lo has dicho convencida, Flor de Selva

- Así es, Li

Qué aburrimiento. He extendido una manta sobre el suelo y me he tumbado, la espalda arqueada hacia atrás, los codos apoyados sobre la manta. Me acompañan los acompasados golpeteos de un enorme reloj de plástico con forma de despertador de campanas; los gorjeos musicalmente aleatorios de los gorriones, tordos, petirrojos, mirlos ... que pueblan el valle; un sonido rítmicamente puntual producido por las gotas de agua que, cayendo del grifo de la fregadera, impactan contra la superficie de una masa de agua que tiene la forma del vaso que la contiene; el rugido de los motores que, a irregulares intervalos, pasan por la vía principal de la urbanización, emitiendo una típica secuencia de sonidos, según vayan o vuelvan; los ocasionales ladridos de Tila; una filiforme sensación de vacío verdeamarillento en el estómago; el amorfo deseo de recordar el uso por mí conocido de la palabra "Estado", y encontrarlo plasmado en la página en blanco que impasible espera ante mis ojos.

Giro lentamente y me tiendo boca arriba, arrellanando piernas y brazos, y permanezco inmóvil un par de minutos; para desconectarme, escojo el motivo de los algodones: los dedos de mis pies se convierten en fibras de algodón, cada vez más esponjadas, que van rellenando mis pies, mis piernas, la pelvis, el abdomen, el tórax, el cuello, la cabeza. Ya lleno de algodón, me quedo inmóvil, como una momia.

Contemplo el oscuro interior de mi mente y veo mi cuerpo levitando en el centro. Muy lejos de mí, distingo un minúsculo punto de luz, apenas perceptible, que parece acercarse, haciéndose progresivamente nítido. Se acerca a gran velocidad y casi se detiene frente a mis ojos, yo bizqueando al sentir el punto de luz entrar en mí, iluminada mi mente, la luz llena mi cerebro, mi cuello, mi tórax, estoy lleno de luz que rebosa por mi piel.

Súbitamente, la luz se colapsa y sólo dos focos permanecen activos, iluminando los entresijos de mi cerebro; su color torna al verde y se detienen en el centro del escenario, donde comienzan a girar lentamente en torno al otro. Las observo detenidamente y distingo dos figuras humanas enfrentadas, la una siente, la otra piensa, yo soy ambas.. Una articula gestos intentando hacerse comprender, impaciente, ansiosa, creyendo que ese ser de boba sonrisa no comprende; la otra sonríe asintiendo, comprendiendo, amando.

Mis dos figuras se contemplan girando alrededor del eje que las separa y las observo lentamente girar, pensando la una, sintiendo la otra, cada vez más pequeñas, más rápidas, ya apenas las distingo, son sólo dos puntos de luz verde que giran, buscándose y repeliéndose en una carrera circular y, a la velocidad del vértigo que siento, se funden en una imagen minúscula, un destello luminoso que se clava en el centro de mi cerebro produciéndome un agudísimo dolor, tal que no puedo contener las ganas de gritar; cuando ya el chorro de aire comienza a desgarrar mi garganta, abro los ojos y me detengo, estupefacto, las manos asiendo dolorosamente el borde metálico de la litera sobre cuyo colchón estoy arrodillado; litera igual a cada una de las que componen las dos hileras de literas del dormitorio.

Estoy asombrado. Oigo ronquidos; el dormitorio parece un gigante durmiente tenuemente velado por rojas lámparas; desciendo; me siento maquinalmente en el colchón de abajo, me pongo los calcetines y me calzo las botas más cercanas al corredor. Camino sigilosamente hacia un extremo del dormitorio, salgo al vestíbulo; una luz roja ilumina una mesa, sobre la que hay un fusil, y a un soldado sentado, que parece dormir, la cara tapada con la gorra. La puerta está abierta.

lunes, 30 de abril de 2007

fuga 4

Esta mañana me he levantado a las cinco, después de una hora despierto sobre la cama: a las cuatro me he despertado, sin saber si estaba en un espejismo o si estaba soñando que estaba despierto, y a las cinco, como digo, me he levantado.

He salido a la terraza y he querido creer que por el este aparecía un tenue foco de luz en el cielo. He sentido esa especie de hormigueo (no es hormigueo, pero no sé como llamarlo) que me produce la contemplación del cosmos y he decidido, como tantas veces, que empezaba una nueva vida para mí.

He vuelto a la sala y he escrito un ratito. Cuando la luz del día ha empezado a imponerse a la de las bombillas, las ganas de salir se han impuesto a las de escribir. He hecho la cama, he metido en la bolsa la ropa sucia, he desayunado, salido a la calle, subido al auto y puesto ruedas en dirección al pueblo con la sensación de alivio acariciándome el ser.

En mi utilitario, he abandonado la ciudad por la autovía experimenando el placer de jugar a vivir, junto a otros conductores que jugaban a entrar o salir de la ciudad, situándome en el adecuado lugar que ante el vidrio aparece y, al poco, una intensa emoción que siento al ver -ooh- una enorme anaranjada esfera ascendiendo tras un velo de nubes blancogrisácesas; he oído de súbito un claxon, un auto rebasando el mío llevaba a un conductor que agitaba la mano junto a la cabeza y me miraba con un gesto que me ha parecido hostil; he dado un volantazo y vuelto a mi carril.

Al llegar a casa, Tila me ha recibido con el entusiasmo propio de las personas caninas intimadas. He tenido la sensación de ser un rígido cuatro al salir del auto y he intentado acariciarla mientras corría y embestía en derredor. Ya cerca de la escalera, ella ha subido como una centella, esperando arriba, sonriente, agitando la cola en el rellano, volviendo a bajar y subir dos veces más, yo observándola con sonriente pasmo, desbordado por su emoción.

sábado, 21 de abril de 2007

fuga 3

Últimamente no recuerdo los sueños, mejor dicho: no recuerdo haber soñado, ni pienso en ello: ya ni me pregunto si he soñado o no. Tiempo atrás eran para mí los sueños como un gaje del oficio de vivir: casi siempre incomprensibles, a veces bien molestos, hasta angustiantes, resultaban inevitables e inútiles. Con el paso de los años, la consciencia de haber soñado, y mucho más el recuerdo de lo soñado, ha devenido algo excepcional.

Que la mente funcione de forma diferente en vigilia y en sueños es algo que me intriga y, por más que soy consciente de lo inútil de la tarea, una y otra vez me he visto intentando hacerme consciente de cómo me duermo, algo en sí estúpido, porque es por definición imposible observar cómo la consciencia se autodesconecta. Mi pasión por lo imposible e inútil.

Acababa de soñar con una mujer, Eloína Lamarque, que, cerquita de un arroyo, sentada sobre un entarimado a cubierto de la densa selva, tiene sobre sus cruzadas piernas un portátil que se me antoja como una extensión de sus caderas, tan deseables. Tipea: "Hace diez años, apenas nada sabíamos de Lorongha, esta inmensa maraña de selvas que ahora empezamos a conocer gracias a las nuevas técnicas ecoexploratorias...".

La de la cama superficie me concienciaba de mi cuerpo. Si hubiese tenido la necesaria fuerza mental, habría alargado la mano hasta la libreta y escrito: "Aquí ahora en mi mente está todo fundido, lo que acabo de soñar, lo que recuerdo haber hecho, y lo que he estado recordando antes de dormirme".

Estoy tumbado sobre la cama, intentando? activarme; recuerdo haber visto una mariposa revoloteando por la terraza, luego me dormí.

A media mañana había acudido a una convocatoria de casting de extras para una película. Había una larga cola saliendo de un portal. Me acerco, pregunto. "Emmm, ¿estáis por lo de los extras?". Sorprendida, dubitativa: "Eeee .... largometraje ...". "Sí" (sonrío). Despliego mi periódico mientras mis poros se acomodan a la radiación solar y comienzan a bombear yo líquido. Recuerdo, a la vuelta, haber tenido en el rellano una larga conversación con unas señoras que me querían vender una biblia.

Intento recordar algo más del sueño. Eloína se incorpora, camina hasta el borde de la tarima, inspira profundamente, como queriendo apresar para siempre la embriagadora plenitud del aire, contempla la tupida red de árboles de la ladera. El verde oscuro de la montaña se funde, diluido en el gris que creo percibir por las retinas, mis ojos abiertos a la semipenumbra de la habitación.

Me incorporo, siento hambre, camino de memoria, lentamente, en penumbra, la luz de la vacía nevera me deslumbra, estoy saliendo a la calle, en el Hipertot largas colas de los últimos en comprar para el domingo. Me sumerjo en el espejismo alimentario, la droga de los que crecimos en la ideología de la miseria rodeados de abundancia.

Estoy soñando, estoy dormido, sé que me estoy despertando, que he estado soñando, que no soy un director de cine, ni un currante, ni estoy comprando en el Hipertot. ¿Quién soy yo?. ¿A qué clase de clase social pertenezco?.


PS: No es cierto todo eso de los sueños, recuerdo haber disfrutado mucho con algunos, auténticas explosiones de placer.

jueves, 19 de abril de 2007

fuga 2

Para huir del tema, pensé escribir algo diferente, imposible, completamente ajeno a mí, algo como: "Aquí, ahora, dos esferoides verdes chocan elásticamente contra una oscura, dura, impenetrable y perfectamente plana superficie, sin intercambio alguno de energía".

Ahora, al releer, comprendo lo fallido del intento (es imposible alienarse de sí para escribir, uno se proyecta sin cesar en lo escrito) y su conexión con el recuerdo de lo que había visto por la mañana en un vagón del metro: una mujer gruesa, con la piel muy oscura, larga melena negra, larga falda gris ceñida a sus anchas caderas, recitando con un extraño acento, la expresión lastimera: "Buenos días, señoras y señores, es triste pedir, pero más triste es robar, me dirijo a aquellas personas que buenamente me quieran ayudar serán bien recibidas. Muchas gracias y que Dios se lo pague".

"Sin intercambio alguno de energía". La mujer caminaba en mi mente por el vagón con la mano extendida, su mano crecía en la perspectiva mental y se hacía enorme al llegar al fondo, yo apoyado en la ventana del vagón, mirándola y preguntándome "¿será verdad que no conviene dar dinero a cambio de sólo las gracias porque, haciéndolo, se contribuye a la perpetuación de la miseria?".

Escribí que el escenario mental de un pasajero estaba en blanco (de blanco simulado). Luego escribí "se dice que el blanco es un color lleno usado para representar la nada". Un globo blanco se llenó de algo esencial hasta más allá de sus límites, abriendo paso a una explosión evolutiva de globos multicolores.

Escribí que recordaba el momento de volver a casa, oh!gar dulce oh!gar; dos señoras esperaban en el rellano, con una acechante y abierta sonrisa; preguntaban: "¿cree usted que el mundo ha aparecido por creación o por evolución?". En el recuerdo, las señoras preguntaban a tecno ritmo machacón, bom bom bombom bombombom bom bom y sus sonrisas subían y bajaban modulando la pregunta "¿cree usted que el mundo ha aparecido por creación o por evolución?".

Me va a ser imposible, aquí y ahora: 1) reproducir la música (llena de mutantes colores), 2) dar cuenta de mi preocupación por mi incapacidad para satisfacer la demanda de las señoras. Oh, dioses, ¿cómo podría yo ayudarles?. Parecían muy necesitadas de respuesta.

¿Cree usted que el mundo ha aparecido por creación o por evolución?.

miércoles, 18 de abril de 2007

fuga 1

El lunes estuve en Valentania; había ido con la vaga intención de buscar algún trabajo. Era un típico día de junio, remansado y luminoso.

A eso de las tres, después de haber estado meditando si valía la pena hacer algo, me tendí en la cama, oblicuamente cruzado, con los pies colgando por un borde y la barbilla apoyada en el otro, mirando hacia la terraza y disfrutando el suave cosquilleo que se extendía por la piel de mis piernas, esponjadas de placer.

A través de la mugre de los vidrios del ventanal vi algo moviéndose; quise creer que era una mariposa de alas doradas que revoloteaba alrededor de una planta roja (o de rojas flores...), cuyas etéreas ramas se balanceaban mínimamente mecidas por la brisa del aleteo. No sé bien si era así o sólo que así lo escribí, en la libreta abierta sobre la colcha.

El aire estaba caliente y como saturado de la luz que, reflejada por las blancas paredes de la terraza, entraba en la habitación eludiendo el toldo.

Se me ocurrió que mi mente era, en relación a la habitación, un espacio oscuro y fresco, como lo era la habitación respecto a la terraza, y -escribí- de suelo verde, en cuyo centro (“un punto vacío cuya imaginación me produce un ligero acceso de vértigo”) se estaba gestando un “incoloro” proyecto de “huida a algún lugar que no consigo ubicar en el planisferio, tal vez porque en el fondo no tengo ganas de huir”.

Al leer la palabra "huir" me pregunté si estaría realmente pensando en huir o si la palabra se me había ocurrido así, sin más, como se me podía haber ocurrido "yogur" o "cantinela".

Me dije que las palabras no se le ocurren a uno por casualidad, pero que tal vez me estaba complicando innecesariamente las cosas. En verdad, ¿para qué querría yo huir?. Me contesté que uno no huye para algo, sino de algo, ¿y de qué podría querer huir yo?.