Este post tiene
este punto de partida.
El darwinismo es una doctrina biológica que vive un momento dulce. Decirse darwinista es algo que viste bien, como lo hace, en general, el ropaje científico y racional.
Llamamos, creo, darwinismo a ese constructo que postula que las especies biológicas se han constituido por evolución, en un proceso de adaptación al medio en el que juega un papel determinante la lucha por la supervivencia. Las especies, y sus individuos, compiten por conseguir el alimento disponible en una zona y una época dadas. Hay coyunturas históricas que desembocan en una rápida transformación de las condiciones ambientales, pudiendo provocar la desaparición de una especie si ésta no es capaz de adaptarse a las nuevas circunstancias para conseguir alimento. El caso más renombrado es la desaparición de los llamados dinosaurios.
Llamamos, creo, evolucionismo al desarrollo teórico de ese constructo a la luz de los hallazgos realizados durante y después de la vida de Darwin. En ese constructo juega un papel central el concepto de lucha por la supervivencia en el marco de las cadenas alimentarias. En el despliegue del concepto de evolución son imprescindibles el de adaptación y el de mutación, este último en íntima conexión con el de éxito (sólo se perpetúan las mutaciones que comportan una mejor adaptación de la especie a los cambios del medio).
El momento histórico de la formulación del darwinismo es la expansión colonial británica, en un ambiente político y filosófico en el que el liberalismo es ya una corriente asentada y dominante.
El darwinismo es una expresión de ese momento histórico y es a su vez un sustrato para la formación de una teoría social en la que la competición y el éxito de los más aptos son el motor del inevitable desarrollo social; es el llamado darwinismo social, que alcanzó su apogeo durante la primera mitad del siglo XX y sigue latiendo en el inconsciente colectivo.
El darwinismo social es hoy día especialmente virulento en los llamados neoliberales. En España se ha extendido últimamente la denominación "liberal" para una corriente política que, chistosamente, en su mayoría, es partidaria de una visión filosófica surgida como reacción contra el evolucionismo: el llamado creacionismo.
El creacionismo es un movimiento de reacción contra la teoría de la evolución de las especies, surgido a consecuencia del fortalecimiento ideológico que la visión ateísta del mundo ha experimentado tras la introducción de la teoría de la evolución de las especies.
En general, creo, se considera que creacionismo y evolucionismo son teorías excluyentes entre sí. Lo cual es el reflejo de la radicalidad de las posturas encontradas ante la pregunta "¿Existe Dios?"; radicalidad que hace que los llamados ateos sean incapaces de diferenciar entre un creyente y un agnóstico y que los llamados creyentes sean incapaces de diferenciar entre un agnóstico y un ateo. La duda, o la compatibilidad, no tienen lugar.
El darwinismo es una teoría que pretende explicar la vida y su evolución desde su lado oscuro; su traslado al ámbito social tienen como resultado la competición en todos los ámbitos, la inseguridad en la acción y el temor al futuro. Es una teoría que ignora la fuerza creadora del amor (al menos tan importante como el temor), que es la fuerza que late en los fenómenos de asociación mitocondrial, la formación de seres pluricelulares, la simbiosis, o cualquier forma de sociedad.
Probablemente, seguiremos inmersos en esta absurda polaridad mientras no consigamos difundir la idea de que para prescindir de la religión no es necesario ser ateo o que el ateísmo no es necesariamente la única alternativa a la religión.
En cuestiones así, siempre ayuda revestirse del argumento de autoridad. Es una forma estúpida de argumentación, pero yo no soy suficientemente listo para eludirla. Parece ser que, preguntado por un rabino neoyorquino "¿cree usted en Dios?", Albert Einstein contestó: "Yo no soy ateo, el problema es demasiado difícil para nuestro limitado entendimiento".