La fuerza distintiva del cristianismo es la renuncia a la violencia. Es una opción exclusivamente estética, claro está: la realidad del cristianismo como movimiento social está muy lejos del presentar la otra mejilla, pero es una opción presente en cada momento de la vida de alguien educado en una sociedad cristiana.
Lo de "sociedad cristiana" es a su vez una entelequia, hoy más que nunca por la globalización y su mixtura de religiones, pero de alguna forma hay que entenderse. Llamo así a las sociedades en que la religión predominante es de filiación cristiana.
Alguien que se considere ateo (o agnóstico) podría decir "oiga, que yo no soy cristiano/a y pertenezco a una sociedad laica". Sí, pero la expresión "cristiana" está aquí usada en un sentido cultural. Uno puede apostatar y apelar a la no injerencia de la iglesia en los asuntos del estado y demás, pero renunciar a la herencia cultural es sencillamente imposible. Sería como pretender renunciar al lenguaje, o a las piernas.
También hay que admitir que la renuncia a la violencia es, en la cristianidad, un recurso educativo para formar clases sumisas, personas obedientes dispuestas a trabajar, a cumplir órdenes. En este sentido, el cristianismo ha cosechado un éxito incomparable. Este sería por así decir, el lado negativo de la actitud no violenta del cristiano: es una ideología de esclavos. No es una casualidad que su propagación por el imperio romano fuese protagonizada por ellos. Esa disposición a la obediencia encuentra expresión en Alemania con la palabra "servus", que mucha (!) gente utiliza todavía hoy como forma de saludo en vez de "hallo".
Pero no es esta visión negativa la que quiero abordar, sino otra que considero positiva: la renuncia a la violencia como recurso para resolver conflictos. Y aquí utilizo la palabra "violencia" en su sentido más amplio, desde la fabricación de armamentos y su empleo para sumprimir vidas humanas hasta el insulto al político indeseado, pasando por la violación o la mueca hostil.
La violencia es un hecho, está ahí, uno puede saber de su existencia consultando cualquier medio informativo, de cuyo menú sin duda la violencia es el plato fuerte.
La cuestión es que la sociedad está fundamentada en la existencia de un monopolio de la violencia legítima, monopolio ejercido por el estado mediante la policía y el ejército, instituciones cristianamente legítimas: "al césar lo que es del césar y a dios lo que es de dios", lo cual hace especialmente difícil una plena renuncia a la violencia, porque queda en la trastienda la latente pregunta: "si alguien puede ser legítimamente violento, ¿por qué yo no?".
Por otra parte, desde el sector de la violencia legítima (la gente de bien) se utiliza la contradictoria expresión "combatir la violencia" para referirse a las acciones amenazantes/violentas encaminadas a reprimir a los violentos ilegítimos. La expresión es contradictoria si es cierto que la violencia siempre engendra violencia. Esa es la cuestión.
